En el Centro de la Civilización Islámica (CIC) de Taskent se celebró recientemente el foro «La herencia de un gran pasado, base de un futuro ilustrado», que reunió a más de 200 especialistas de una veintena de países. Los participantes fueron de los primeros en conocer la exposición del museo del Centro, cuya joya es sin duda la kiswa, el velo que cubre la Kaaba, entregado el pasado verano a Uzbekistán por Arabia Saudí. El corazón del Centro lo constituye la Sala de los Coranes, donde se expone el célebre Corán de ‘Uzman. El equilibrio entre espiritualidad y conocimiento que ofrece este espacio fue especialmente valorado por Damir Mujetdínov, vicepresidente del Consejo Espiritual de los Musulmanes de Rusia y rector del Instituto Islámico de Moscú.
La kiswa es el tejido que cubre la Kaaba, el edificio sagrado de piedra situado en La Meca, considerado el centro físico del islam. Está confeccionada en seda negra bordada con hilos de oro y se renueva cada año; la anterior se corta en fragmentos que se reparten entre personas y entidades designadas, como autoridades religiosas, museos u organizaciones. Una instalación con piezas de la kiswa y las llaves de la Kaaba preside el Salón del Primer Renacimiento, donde el corresponsal de Ferganá conversó con Damir Mujetdínov.
—¿Qué importancia tiene la presencia de la kiswa en el Centro de la Civilización Islámica?
—Se trata de una adquisición verdaderamente grandiosa, una idea magnífica. Es extraordinario que un elemento tan esencial de la cultura y la tradición musulmanas, parte del ‘ibadat —el culto islámico—, haya encontrado su lugar en este centro.
Ver la kiswa en persona, poder observar de cerca sus detalles, equivale en cierto modo a realizar una pequeña “peregrinación virtual” a la Casa de Dios, a despertar de nuevo en uno mismo el amor por el santuario y el deseo de cumplir lo que está ordenado en el Corán: la obligación de visitar la Casa de Alá y entrar en el estado de adoración.
El camino espiritual empieza en el interior: cuando una persona se prepara para el acontecimiento, ahorra dinero, reflexiona y se pregunta si este año ir de vacaciones o cumplir con su deber religioso. Por eso, visitar un lugar como este sirve de preparación espiritual para el encuentro con la Kaaba, para ese contacto con la Casa de Dios. La kiswa actúa como un “portal simbólico”: al contemplarla, uno siente como si entrara interiormente en la Kaaba, inmerso en esa realidad sagrada.
—En el museo también se encuentra la Sala de los Coranes, que alberga el célebre Corán de ‘Uzman.
—Creo que para las personas devotas contemplar el Corán de ‘Uzman junto a la kiswa producirá una impresión profunda e imborrable. Es algo que quedará en la memoria y se transmitirá de generación en generación: “Por la gracia de Alá tuve la dicha de estar en este majestuoso templo del saber, de la cultura y de la civilización; de ver con mis propios ojos la Kaaba, de tocar su cubierta, de tomar una fotografía y colgarla en un lugar destacado de mi casa”.
El Corán de ‘Uzman es una de las copias manuscritas más antiguas del Libro Sagrado del islam. En el año 647, el compañero del profeta Mahoma, ‘Uzman ibn ‘Affan, ordenó producir varias copias del Corán y enviarlas a distintas regiones. Hasta finales del siglo XIX, el manuscrito se conservó en la mezquita de Jodja Ajror Vali, en Samarcanda. Tras la conquista de la ciudad por el Imperio ruso en 1869, el manuscrito fue trasladado a San Petersburgo. En 1922, a petición de los musulmanes del Turkestán, el texto sagrado regresó a Taskent, donde hoy se custodia en la mezquita Muyi Muborak, dentro del complejo Jazrat Imom.
—El museo expone también otros textos sagrados, incluidas copias y facsímiles. ¿Pierden valor espiritual por ser reproducciones?
—Ni desde el punto de vista espiritual ni desde ningún otro el valor disminuye. El Profeta enseñó que por cada letra leída del Corán, la persona recibe recompensa, sin especificar si debe hacerlo de un manuscrito antiguo, de un códice o de una edición impresa. Cualquier medio de transmisión del conocimiento es válido y valioso.
Otra cosa es que las copias caligrafiadas a mano, aunque bellas y elegantes, pueden contener errores. Se sabe que muchos de los manuscritos tempranos presentan variaciones. El famoso códice E20, conservado en el Instituto de Manuscritos Orientales de San Petersburgo, muestra cómo los calígrafos posteriores corrigieron el texto original. Desde el punto de vista del tajwid y las ciencias coránicas (‘ulum al-Qur’an), leer ediciones modernas revisadas suele ser incluso más preciso. Pero preservar y mostrar esos manuscritos es esencial para mantener la autenticidad del legado.
En los debates sobre la “autenticidad” de las Escrituras, algunos críticos del islam afirman que no se ha conservado ningún original escrito por ‘Uzman o sus copistas. Sin embargo, la recopilación de manuscritos de distintas regiones —en escritura hiyazí, cúfica, de Kufa, Basora o Bagdad— demuestra la continuidad textual del Corán tal como fue fijado en tiempos del Profeta. Existen diferencias de pronunciación y dialecto, sí, pero son conocidas, estudiadas y transmitidas tanto oral como textualmente.
El Corán tiene además un valor excepcional como primer monumento escrito de la civilización islámica. En la Arabia preislámica el saber se transmitía de forma oral; el hecho de que el Corán se plasmara por escrito dio origen a toda una tradición literaria y científica. A partir de él surgieron disciplinas como la filología, la gramática, la semántica y la teoría del lenguaje.
En ese sentido, el Corán es el núcleo de la cultura escrita musulmana, y estudiar su caligrafía, su ornamentación y las distintas escuelas —de Herat, Shiraz, Isfahán— permite comprender cómo cada época plasmó su visión de la belleza y la fe. Que estos manuscritos se reúnan en un lugar donde puede contemplarse mil años de historia es, sin duda, algo grandioso.
—¿Cómo se combina en el Centro la religiosidad con el carácter mundano de un museo?
—No creo que un museo sea un lugar mundano, sino un auténtico “templo del saber”. La agitación puede encontrarse incluso alrededor de la Kaaba, durante el hajj o la ‘umra, cuando millones de fieles se apresuran y se empujan; pero lo importante es que la inquietud no anide en el corazón. Contemplar la kiswa o el Corán puede aportar esa sakina, esa paz interior, equilibrio y serenidad que tanto necesitamos.
Por eso no veo impropio exponer reliquias musulmanas en espacios de conocimiento como universidades o madrasas. Nosotros mismos, en Rusia, colocamos fragmentos del Corán en centros educativos: aunque la persona viva con prisa, al mirar esos versos sagrados encuentra calma y reflexión. Y la agitación desaparece.
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