En el último mes, el presidente de Kazajistán, Kasim-Yomart Tokáyev —quien ya en varias ocasiones había lanzado iniciativas ecológicas e incluso promovió en su momento la campaña “Taza Kazajstán” (“Kazajistán limpio”)— se refirió dos veces al estado actual del mar Caspio: primero en la cumbre de la OCS y luego en la Asamblea de la ONU. La preocupación del líder kazajo merece reconocimiento, sobre todo frente a la pasividad general de los países ribereños, que parecen más interesados en explotar el potencial económico de un mar en retroceso que en prevenir una catástrofe ambiental de tal magnitud que la tragedia del Aral, en comparación, parecería un incidente de escala local.
Las analogías con el Aral son evidentes incluso para un observador externo. El propio presidente ruso Vladímir Putin, para quien las cuestiones medioambientales ocupan claramente un lugar periférico en la actual agenda geopolítica, declaró a finales del año pasado, en el Congreso Internacional de Jóvenes Científicos:
“De ninguna manera debemos permitir que con el Caspio ocurra lo mismo que pasó con el mar de Aral. Allí todo es sal, allí solo han quedado charcos. No sé si podremos hacer algo, incluso uniendo esfuerzos, porque la naturaleza es un sistema poderoso. Sin embargo, todo lo que dependa de nosotros debemos hacerlo”.
Es muy posible que en Putin influyera su visita a Bakú en agosto de 2024, cuando el presidente de Azerbaiyán, Ilham Alíev, le mostró personalmente la situación del Caspio. Según las palabras de Alíev:
“Desde la ventana de la sala en la que manteníamos las negociaciones le señalé a Vladímir Vladímirovich unas rocas que hace dos años estaban bajo el agua y que hoy ya sobresalen un metro por encima de la superficie. Y esto lo observamos en toda la costa”.
Los matices de fatalismo en las palabras de Putin y Alíev resultan inquietantes, pero aún más lo es la inacción de las autoridades de los cinco estados ribereños, que por ahora solo se limitan a constatar los cambios trágicos en el Caspio, cuando la situación requiere no palabras, sino acciones.
Qué significa el mar
La importancia del mar Caspio —un enorme cuerpo de agua que supera en extensión a Alemania y con más de un kilómetro de profundidad— para los países que comparten sus costas es difícil de exagerar. Trazar paralelismos con el Aral, cuya desaparición fue una catástrofe ecológica pero de alcance más regional, aquí resulta complicado. El Aral era seis veces más pequeño y, a diferencia del Caspio, no servía de vía de transporte y comercio (de norte a sur y de este a oeste), ni de lugar de extracción de importantes volúmenes de hidrocarburos, ni de corredor para su transporte.
Solo en la ruta “Norte-Sur”, el flujo de carga en el Caspio ha pasado en los últimos tres años de 16,3 a 26,9 millones de toneladas. Es un volumen comparable al que cada año se mueve por ferrocarril entre Kazajistán y Uzbekistán. Se espera que este año el tráfico total de los puertos caspios alcance los 28-30 millones de toneladas y, hacia 2030, los 35-50 millones. Para comparar: en los mejores tiempos del Aral se transportaban por él alrededor de 250 mil toneladas de carga.
La mayor ciudad en la orilla del desaparecido Aral era Aralsk, con unas decenas de miles de habitantes. En el Caspio, en cambio, se encuentran Bakú (2,5 millones), Majachkalá (670 mil), Sumgait (350 mil) y Aktau (270 mil). Astaná y Atyrau, aunque situadas algo más arriba en el curso de los ríos Volga y Ural, que desembocan en el Caspio, también se ven directamente afectadas por la degradación del mar. De modo que, en el peor escenario, los paisajes posapocalípticos que hoy caracterizan a Aralsk y Muynak pronto se convertirán en la norma para millones de habitantes de los países ribereños.
El mar Caspio ya está rodeado en gran medida por regiones áridas y semiáridas, aunque todavía hoy a lo largo de su costa se puede observar una notable diversidad de ecosistemas, que incluyen humedales y playas de arena. Sus riquezas naturales, además de enormes reservas de petróleo y gas (los yacimientos de hidrocarburos descubiertos en la plataforma del Caspio se estiman en unos 12 a 22 mil millones de toneladas de petróleo equivalente), incluyen también sal y pescado. Incluso con la degradación de la fauna marina, aún se capturan hasta 150.000 toneladas de pescado al año (en el mar de Aral, antes de los años sesenta, las capturas anuales no superaban las 50.000 toneladas). Y si los peces escasean cada vez más, la sal, en caso de que el mar siga bajando de nivel, obviamente será mucho más abundante, aunque difícilmente esto resultará motivo de alegría para alguien.
Los recursos de la región del Caspio han ocupado un lugar importante en la economía mundial durante siglos, pero en las últimas décadas la extracción y el uso de esos recursos han estado acompañados de constantes disputas, que en gran medida han impedido adoptar medidas coordinadas para salvar el mar: cada país ribereño sigue explotando sus propios caladeros o sectores de la plataforma continental, limitándose a expresar “seria preocupación” o a desplegar cierta agitación diplomática en los márgenes de foros internacionales.
Cantidad y calidad
En este punto, conviene detenerse con más detalle en lo que se esconde tras la mencionada “degradación”, y de paso explicar por qué está preocupado el presidente de Kazajistán, cuyo discurso alarmista, por cierto, fue respaldado también por Ilham Aliyev en la Asamblea de la ONU.
Lo que causa alarma en primer lugar es la bajada del nivel del Caspio. En realidad, el mayor lago del planeta se caracteriza por una gran inestabilidad, lo que da a algunos observadores motivos para abordar la situación actual con excesivo optimismo —dicen que antes también bajó el nivel del agua, y que solo hay que esperar el final de un ciclo más—. En este sentido, el calentamiento global y el retroceso del Caspio son fenómenos de la misma naturaleza. Primero, porque están directamente relacionados: menos precipitaciones, más evaporación. Y segundo, porque unos creen en ellos y otros no, aunque la credibilidad de estos últimos, recordando la reciente declaración de Trump sobre la “nueva estafa verde”, es cada vez menor.
Lo cierto es que, a lo largo de los periodos históricos y de las observaciones instrumentales, el Caspio ha mostrado bruscas oscilaciones, tanto milenarias como más cortas, en las que las causas siempre fueron complejas y estuvieron ligadas al clima y al caudal de los ríos, principalmente el Volga. Este aporta el 80 % de todo el caudal fluvial que desemboca en el Caspio, y a su vez el 80 % del balance hídrico de entrada del mar (el 20 % restante procede de las precipitaciones y del aporte de aguas subterráneas a través de acuíferos).
En distintos periodos, la diferencia entre el nivel mínimo y máximo del Caspio pudo superar los 15 metros, y en épocas remotas incluso los 50 o más metros, sobre todo durante grandes transgresiones marinas, como la Jvalyniana, ocurrida hace unos 13.000–18.000 años. En los últimos dos milenios, la amplitud de las variaciones superó los 15 metros, con velocidades de cambio que en ciertos momentos alcanzaron los 14 centímetros al año.
En el siglo XX los cambios fueron menos bruscos en promedio, pero aun así significativos: dentro de un margen de 3 a 4 metros en todo el siglo. Sin embargo, entre 1995 y 2024 el nivel del agua descendió de golpe 3 metros, y en los años 2021–2022 la velocidad de caída llegó a 30 centímetros al año. Según los últimos datos, el nivel del mar ya ha bajado hasta unos –29,5 metros respecto al nivel del océano mundial, es decir, por debajo del mínimo histórico registrado en 1977 (–29,01 metros).
Y aquí volvemos inevitablemente al Volga, un río que, como se sabe, está fuertemente regulado por numerosas presas y que también sufre todas las consecuencias del cambio climático. Su bajada en 2019 fue calificada por expertos como “una auténtica catástrofe ecológica”: entonces se tuvo que introducir un régimen de ahorro de agua en toda la cadena de centrales hidroeléctricas. Dos años después, el nivel del agua en el mayor embalse del Volga —el de Kuybyshev— alcanzó un punto críticamente bajo. Parecía que ya se había tocado fondo, pero en 2023 el agua fue todavía menos.
En muchos tramos del río se detuvo la navegación: al cierre del año, el caudal total del Volga representó apenas el 80 % de la norma, el valor más bajo de los últimos 25 años. En 2025, en gran medida debido a un invierno con poca nieve, los habitantes de las regiones situadas en el curso alto del Volga —Tver, Yaroslavl y Nizhni Nóvgorod— volvieron a descubrir con asombro que su río favorito se había retirado decenas de metros de las orillas, dejando al descubierto un fondo cubierto de basura.
Las causas del retroceso del Volga merecen un relato aparte, pero, en pocas palabras, no todo depende de las precipitaciones: hay otros factores fundamentales que influyen en este proceso, como la regulación mediante presas, el aterramiento, la deforestación, la mayor superficie de evaporación y la reducción de la velocidad de la corriente. De momento, nadie parece tener intención de corregir la situación, por lo que tampoco cabe esperar que el río vuelva de repente a llevar al Caspio el agua de antaño. Aunque, en su intervención ante la ONU, Ilham Aliyev puso el acento precisamente en el carácter antropogénico de los problemas del mar Caspio.
Con los demás ríos de la cuenca caspia la situación no es mejor que con el Volga. Los ecólogos kazajos llevan tiempo clamando contra el retroceso del Ural (Zhayyq), y solo este año, gracias a un invierno nevado, el nivel del río se elevó. Mientras tanto, desde Azerbaiyán informan de la bajada del nivel del Kura, y en Daguestán hablan de un “retroceso anómalo” del río Terek.
Sin embargo, además de la cantidad de agua en el Caspio, preocupa también la caída de su calidad, lo que de manera natural se refleja en la biodiversidad del mar. La contaminación por petróleo y desechos industriales, tanto desde las costas como arrastrados desde toda la cuenca del Caspio (que, recordemos, abarca 3,5 millones de km² y una población de entre 120 y 130 millones de personas), ha alcanzado proporciones enormes. Según algunos datos, cada año llegan al mar 120.000 toneladas solo de derivados del petróleo, lo que equivale a 2.000 vagones cisterna. A ello se suman vertidos industriales y aguas residuales que contienen fenoles, metales pesados (mercurio, cromo, níquel), además de fertilizantes minerales y plaguicidas. Ya hace 15 años, en Irán calcularon que anualmente llegaban al Caspio 300 toneladas de cadmio y 34 toneladas de plomo, y que el volumen total de aguas residuales se estimaba en decenas de miles de millones de metros cúbicos.
Naturalmente, con semejantes “aditivos alimentarios” las condiciones de vida de los habitantes marinos se deterioran a gran velocidad. En el Caspio casi no quedan esturiones, los focas mueren por miles y decenas de especies endémicas de peces y moluscos —que no existen en ningún otro lugar del mundo— están bajo amenaza. Quizá ni siquiera la fauna del mar de Aral llegó a degradarse tanto antes de que empezara a reducirse su superficie. Aunque también allí le tocó recibir abundante “porquería” arrastrada desde los campos por el Amu Daria y el Sir Daria.
Desde el punto de vista de los pesimistas
Contra la opinión generalizada de que los tiempos de los descubrimientos geográficos ya han quedado atrás, en 2024 los científicos que investigaban la parte norte del Caspio descubrieron de improviso una nueva isla. De momento sobresale solo 30 centímetros sobre el agua, pero está claro que con el tiempo será cada vez más “montañosa”.
Según explicó Andréi Kostianói, profesor, doctor en Ciencias Físico-Matemáticas y principal investigador del Instituto de Oceanología de la Academia Rusa de Ciencias:
“Esta [disminución del nivel del mar] se da de manera uniforme en toda la cuenca, pero sus manifestaciones más notables se observan en las zonas poco profundas con fondo plano. A ellas pertenece prácticamente toda la costa del norte del Caspio, tanto de la Federación Rusa como de Kazajistán. Aquí el mar se ha retirado entre varios kilómetros y varias decenas de kilómetros”.
Es decir, quienes deben prepararse primero son los habitantes de los sectores kazajo y ruso del Caspio: de mantenerse el ritmo actual de retroceso, el mar se retirará otras decenas de kilómetros ya para 2030. Aunque también en Azerbaiyán, en los últimos cinco años, han quedado al descubierto 400 kilómetros de fondo marino.
En la zona de Aktau, según afirmaron algunos medios kazajos en agosto de este año, el mar se ha retirado desde 2006 unos 18 kilómetros de sus límites anteriores. Otro ejemplo llamativo de la degradación del Caspio se encuentra en la orilla rusa. Más exactamente, se encontraba. La ciudad de Lagán, fundada en la segunda mitad del siglo XIX en una isla rodeada por las aguas del Caspio, hoy está situada a más de diez kilómetros de la línea de costa. La antigua planta pesquera se ha reconvertido en cárnica, el puerto se ha llenado de cascos de barcos oxidados y el faro se ha convertido en ruinas.
Mientras tanto, en una perspectiva más lejana, los científicos trazan un escenario de catástrofe total: según sus datos, hacia finales de este siglo el nivel del Caspio podría descender entre 9 y 18 metros, lo que reduciría en un tercio la superficie del mar. Quedarían al descubierto las plataformas del norte del Caspio y la turcomana, así como zonas costeras en la parte central y sur del mar; la bahía de Kara-Bogaz-Gol, en la orilla oriental, se secaría por completo. El Volga, el Ural y otros ríos se abrirían paso a través del antiguo lecho, convertido en desierto, hasta lo que quedara del mar, extremadamente salado y saturado de desechos de la actividad humana.
Pronóstico sobre la velocidad de desecación del mar Caspio a finales del siglo XXI. Foto del sitio nature.com
Vivir a orillas de un cuerpo de agua de este tipo no será muy cómodo: al menos, en la orilla del Gran Aral no hay demasiados dispuestos a instalarse. Lo cual no sorprende, ya que, entre otras cosas, en la zona de catástrofe ecológica se multiplicó varias veces la cantidad de casos de cáncer, enfermedades de los órganos respiratorios, del sistema nervioso y digestivo, así como anomalías congénitas en los niños.
En el caso de los escenarios descritos por los científicos, en el Caspio no quedará ni rastro de hielo ni de focas, y de los peces solo sobrevivirán aquellos que logren adaptarse a vivir en aguas más mineralizadas. Y resulta aterrador imaginar las nubes de arena que levantarán los vientos desde la superficie del antiguo fondo y que luego esparcirán a miles de kilómetros por toda Eurasia.
Junto con el agotamiento de las reservas de pescado y el empeoramiento de las condiciones de vida en las orillas del Caspio, el retroceso del mar, sin embargo, abrirá nuevas oportunidades para los petroleros: extraer (aunque no transportar) “oro negro” del fondo descubierto será mucho más fácil. No obstante, la crisis general de la región caspia bien podría provocar nuevas disputas entre los vecinos, sobre todo si alguien intenta insistir en la revisión de fronteras territoriales, aguas interiores, zonas de pesca y sectores nacionales del fondo marino.
A pesar de todo lo anterior, hay quienes miran el futuro con optimismo, insistiendo en el carácter cíclico de los cambios que se producen en la cuenca del Caspio, aunque cada vez son menos los que mantienen ese ánimo. Por ejemplo, el exministro de Recursos Naturales de Rusia y científico hidrólogo Víktor Danílov-Danilián incluso entró en una discusión a distancia con el presidente de Azerbaiyán:
“Ilham Aliyev, en su discurso en la ONU sobre las supuestas causas antropogénicas del retroceso del Caspio, intentó diluir la responsabilidad y la culpa por el deterioro del medio ambiente entre todos los países ribereños, aunque la propia Bakú aporta una enorme contribución a la contaminación del mar… En realidad, el nivel del agua del mar Caspio depende en no menos de un 80 % del caudal del Volga, que, a su vez, es un proceso cíclico. Ha cambiado durante varios miles de años por razones que los científicos aún desconocen y prácticamente poco relacionadas con factores antropogénicos… El cambio climático no es la causa de esta ciclicidad, aunque, sin duda, puede agravar la situación”.
Danílov-Danilián está convencido de que los periodos entre los valores máximos y mínimos del caudal del Volga son de entre 40 y 60 años, por lo que ya hacia 2040–2050 la situación del Caspio podría cambiar por completo y su nivel volver a subir. Siempre y cuando, claro está, la actividad humana y los cambios climáticos que provoca no precipiten el siguiente ciclo en un brusco descenso. O que no lo hayan hecho ya.
¿Qué hacer?
“El mar Caspio se está desecando rápidamente. Esto ya no es solo un problema regional, es una señal de alarma global —declaró en la ONU Kasym-Yomart Tokáev—. Por eso hacemos un llamamiento a medidas urgentes para preservar los recursos hídricos del Caspio junto con nuestros socios regionales y con toda la comunidad internacional”.
Surge la pregunta: ¿qué medidas podrían ser esas? Y ¿no será ya demasiado tarde para hacer algo? La respuesta más sencilla al segundo interrogante es que no, no es demasiado tarde. Incluso si quienes comparten la opinión de Danílov-Danilián acaban teniendo razón —es decir, que esta vez también “pasará”—, resulta evidente que el mar está enfermo. El ser humano, en cualquier caso, debe no solo ponerse de inmediato a trabajar en su recuperación, sino también prepararse para el caso de que la “medicina” resulte impotente.
La respuesta a la primera pregunta deben darla los propios Estados ribereños del Caspio, pero solo si coordinan sus esfuerzos y acuerdan actuar con un frente común. Y, mejor aún, bajo algún tipo de supervisión internacional. Por ahora, cada uno de ellos desarrolla sus propias iniciativas ecológicas, que, a decir verdad, no inspiran demasiada confianza.
Por supuesto, sería absurdo esperar que Rusia dinamite sus presas y deje fluir libremente las aguas del Volga hacia el sur: ese paso por sí solo difícilmente resolvería los problemas del Caspio, pero sí podría provocar una catástrofe ecológica de gran escala, con enormes daños a largo plazo para toda la naturaleza, la economía y la población del Volga medio y bajo.
En lugar de ello, los países del Caspio podrían:
▪️ ejercer un control estricto y regular la extracción de agua de los ríos que alimentan el mar;
▪️ ampliar los límites de las zonas de protección hídrica en las áreas costeras;
▪️ implantar de forma generalizada tecnologías avanzadas de depuración de aguas residuales domésticas e industriales;
▪️ organizar un monitoreo ecológico constante del nivel y la calidad del agua;
▪️ establecer normas medioambientales internacionales obligatorias para el sector del petróleo y el gas;
▪️ impulsar con más energía proyectos de restauración de ecosistemas; y, finalmente —
▪️ imponer sanciones enormes a quienes violen los estándares ecológicos. Y estos últimos convendría endurecerlos al máximo, además de aplicarlos al mismo tiempo en todos los Estados ribereños del Caspio.
En paralelo, sería muy útil involucrar a los principales especialistas del mundo en la materia para identificar las causas de la degradación ecológica del Caspio, monitorear el estado del ecosistema marino y elaborar recomendaciones para su recuperación. Y, por supuesto, educar, educar y educar a la población de la región en los principios básicos de la cultura ecológica.
Por ahora, la lucha contra el retroceso y la contaminación del mar se libra principalmente con numerosos actos oficiales y con los protocolos que se adoptan tras ellos; pero, como muestra la dinámica del estado del mar, esas medidas no le ayudan al Caspio. Incluso iniciativas privadas elementales —como limpiar la basura de las orillas, instalar grifos ahorradores de agua o regar los huertos solo por la noche (cuando la evaporación es mínima)— parecen, a largo plazo, más eficaces que la actual política estatal hacia, nada menos, el mar más antiguo de nuestro planeta. Homero lo llamaba “el estanque del que cada mañana se eleva el sol”. Ojalá no acabe convirtiéndose en un estanque de verdad.
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