Un nuevo giro

Los científicos rusos reaniman el proyecto de irrigación de Asia Central a costa de los ríos de Siberia
Ob. Foto del sitio snegir.org

El tema del desvío de los ríos siberianos hacia Asia Central vuelve a estar en el aire. El 14 de noviembre, la Academia de Ciencias de Rusia (RAN) anunció el inicio de la elaboración de una versión moderna de este gigantesco proyecto hidro-técnico, que en las décadas de 1970 y 1980 se concebía como una de las iniciativas de infraestructura más ambiciosas de la URSS. Pero ahora, teniendo en cuenta los nuevos requisitos ecológicos y las capacidades técnicas actuales, ya no se habla de construir canales abiertos, sino de crear un sistema cerrado de tuberías capaz de transferir volúmenes significativos de agua desde la llanura de Ob a las regiones áridas de Asia Central, ante todo a Uzbekistán. En condiciones de creciente escasez de agua en los países de la región, que conduce a la degradación de los ecosistemas y a la inestabilidad social, la relevancia del proyecto parece evidente. Sin embargo, surge la pregunta: ¿es seguro? Después de todo, en su momento se abandonó en gran medida debido a las imprevisibles consecuencias ecológicas.

El sueño del mar

La idea de desviar las aguas de los ríos del norte y Siberia hacia las regiones áridas de Asia Central se fue formando a lo largo de casi siglo y medio, y su aparición está estrechamente vinculada al nombre de Yakov Demchenko, graduado de la Universidad de Kiev, quien fue el primero, en 1868, en formular el concepto de una transferencia a gran escala del caudal del Obi y del Irtish hacia la cuenca del mar de Aral. En sus escritos, Demchenko afirmaba:

“La inundación de la depresión Aralo-Caspia tendría una enorme influencia sobre las relaciones mutuas de los países de Europa y Asia que la rodean, formando entre ellos un nuevo mar Mediterráneo de una superficie de 22 a 24 mil millas cuadradas, que se conectaría con el mar Mediterráneo actual a través del Manych […]. El nuevo mar, aumentando sustancialmente el riego de los países cercanos (especialmente los del sur), elevando de manera significativa su temperatura anual media y aún más la temperatura del invierno, incrementaría de forma inconmensurable su importancia económica”.

El debate sobre el desvío de los ríos alcanzó el nivel estatal solo en tiempos soviéticos. En 1948, el académico Vladímir Obruchev se dirigió a Iósif Stalin con una propuesta de ejecutar este proyecto; sin embargo, el líder no se entusiasmó con la idea, en especial porque en aquel momento ya se estaban desarrollando otras iniciativas a gran escala, como la construcción del Canal Principal de Turkmenistán (desde el Amu Daria hasta el mar Caspio) y el canal Volga–Ural.

En la década de 1950, la idea fue desarrollada por el académico kazajo Shafik Chokin, y para los años 60 el crecimiento de las necesidades de irrigación en Kazajistán y Uzbekistán hizo que el debate del proyecto se convirtiera en tema de reuniones científicas de ámbito nacional en Taskent, Alma-Atá, Moscú y Novosibirsk. Ya en 1968, el pleno del Comité Central del PCUS encargó a Gosplán y a la Academia de Ciencias de la URSS que estudiaran los detalles de la construcción de un canal desde Siberia hacia Asia Central, y la resolución del Consejo de Ministros de la URSS n.º 612 del 24 de mayo de 1970 declaró oficialmente como tarea prioritaria la transferencia de hasta 25 kilómetros cúbicos de agua al año para 1985.

Poco después comenzó también la ejecución práctica de etapas separadas: en 1968 entró en funcionamiento el canal Irtish–Karaganda, que proporcionó agua al centro de Kazajistán para necesidades industriales y agrícolas, y en 1976 el XXV Congreso del PCUS dio formalmente vía libre al inicio de las obras del “proyecto del siglo”, designando a Soyuzgiprovodkhoz como diseñador general. Los equipos científico–proyectistas de la Academia de Ciencias de la URSS, Gosplán y el Ministerio de Recursos Hídricos elaboraron entre 1976 y 1986 cincuenta tomos de documentación y diez álbumes de mapas, involucrando a más de 160 organizaciones e institutos.

Los parámetros aproximados del proyecto impresionaban: longitud del canal principal —2550 kilómetros, anchura —hasta 300 metros, profundidad —15 metros, capacidad de paso proyectada —1150 metros cúbicos por segundo. El coste preliminar se estimaba en 32,8 mil millones de rublos soviéticos (unos 4,5 mil millones de dólares al tipo de cambio actual), con una rentabilidad anual prevista de hasta el 16%.

En 1986, por varias razones, principalmente económicas, el proyecto fue clausurado por decisión del Politburó del Comité Central del PCUS. En la cancelación también influyeron el auge del movimiento ecologista y las críticas activas por parte de la comunidad científica, que veía en la transferencia de ríos siberianos una amenaza para el equilibrio hidrológico de Siberia y señalaba la imprevisibilidad de las consecuencias de semejante construcción. Como resultado, cinco departamentos de la Academia de Ciencias de la URSS enviaron al Comité Central y al Consejo de Ministros dictámenes expertos donde se señalaban graves errores de diseño y riesgos extremos para el medio ambiente. En contra del proyecto se pronunciaron también algunos dirigentes políticos, como el presidente del Consejo de Ministros Alexéi Kosygin, quien consideraba que el daño ecológico sería irreparable.

Tras la desintegración de la URSS, la idea del desvío de aguas reapareció varias veces en la agenda informativa. En 2002, abogó por retomarla el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, aficionado a las construcciones monumentales, y en 2010 fue discutida públicamente por los presidentes de Rusia y Kazajistán. Nursultán Nazarbáyev, hablando en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo, afirmaba:

“Proyectos estratégicos de este tipo acercan decididamente a nuestros países; somos capaces de afrontar tareas de integración tan poderosas”.

Sin embargo, las evaluaciones de los ecólogos seguían siendo muy cautelosas. Entre los riesgos potenciales del proyecto, los expertos mencionaban (y siguen mencionando) la inundación de tierras agrícolas y bosques, la subida del nivel freático, la muerte de especies valiosas de peces, la alteración de la vida tradicional de los pueblos indígenas del Norte, y cambios en el régimen del permafrost y en el balance hidrológico de enormes territorios al este de los Urales.

El agua como lujo

Mientras los debates sobre la transferencia de ríos se mantenían lentamente, sin salir del marco de ejercicios metafísicos, la crisis hídrica en Asia Central dejaba de ser una abstracción y adquiría contornos cada vez más reales sobre el trasfondo del cambio climático global. La superficie de los glaciares del Tien Shan y el Pamir, que alimentan las principales arterias de la región —el Amu Daria y el Sir Daria—, se redujo en las últimas décadas en más de una cuarta parte, mientras que el consumo de agua no hacía sino crecer en paralelo al aumento de la población y al desarrollo industrial.

Actualmente, en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central viven aproximadamente 80 millones de personas —casi una vez y media más que hace 30 años—, y el crecimiento anual se estima en 1,5–2%. La industria y la agricultura se desarrollan activamente, lo que ejerce una presión colosal sobre los recursos hídricos. Los expertos pronostican que para 2050 la población de los países de Asia Central (sin contar Afganistán) superará los 100 millones, y el déficit de agua, si no se toman medidas drásticas, alcanzará niveles críticos. El caudal de algunos ríos de Kazajistán y Uzbekistán se ha reducido en 40–70% en los últimos años, y el agua en sus tramos bajos está tan mineralizada que ya no es apta para el consumo ni para el riego.

Como resultado, el 13% de la población de la región ya no tiene acceso a agua potable segura.

Mientras tanto, las medidas drásticas son precisamente lo que falta: los países de Asia Central continúan liderando el ranking mundial de consumo de agua per cápita. Y las autoridades podrían reducir significativamente estas cifras, puesto que hoy se pierden anualmente en los sistemas de irrigación hasta 35 mil millones de metros cúbicos de agua, es decir, cerca de la mitad de lo que se destina al riego. A modo de comparación: ese volumen equivale al volumen útil del embalse de Kuibyshev, el mayor de Rusia.

Los expertos insisten en la necesidad de implantar tecnologías de ahorro de agua como el riego por goteo y por aspersión, la nivelación láser de los campos y el control automatizado del agua. En Uzbekistán y Kazajistán ya se trabaja en esa dirección, pero la escala aún es modesta, y los esfuerzos realizados no influyen de manera notable en el balance hídrico de la región. Además, los países de Asia Central todavía no han llegado a un denominador común en cuanto a la gestión de los recursos hídricos; las discrepancias persistentes y la ausencia de una estrategia unificada amenazan la estabilidad del suministro de agua y alimentan tensiones políticas. Como resultado, la guerra por el agua dulce deja de ser una fantasía aterradora y se convierte en una perspectiva tangible.

Un problema aparte para las antiguas repúblicas soviéticas lo representan las iniciativas de construcción emprendidas por los talibanes* afganos, dirigidas a desviar los recursos de los ríos que alimentan Asia Central. La más ambiciosa de ellas es el proyecto del canal Koshtepa (Kosh-Tepa, Kosh-Tepa), que desvía parte del caudal del Amu Daria para irrigar tierras en el norte de Afganistán. La longitud del nuevo canal debe ser de 285 kilómetros, su anchura —100 metros y su profundidad —8,5 metros. El proyecto está diseñado para desviar hasta 10 kilómetros cúbicos de agua al año del Amu Daria, lo que constituye casi un tercio de todo el caudal del río, cuya mitad ya se deriva más abajo hacia el canal de Karakum, con sistemas de drenaje irremediablemente obsoletos.

Trabajos en el canal Kush-tepa. Foto del sitio tolonews.com

El 16 de noviembre, en Taskent, durante la reunión consultiva de los presidentes de los Estados de Asia Central, el líder de Uzbekistán, Shavkat Mirziyóyev, pidió “implicar activamente al vecino Afganistán en el diálogo regional” sobre el uso conjunto de los recursos del Amu Daria, pero hasta ahora los talibanes no han mostrado ningún deseo de coordinar de algún modo sus acciones con los países vecinos.

También suscita dudas la baja calidad de las obras de construcción en Afganistán: como informaron los medios, en 2023 el primer tramo del canal Kush-tepa se agrietó, lo que provocó la formación de un lago artificial comparable en superficie al embalse de Charvak, cerca de Taskent. A todas las reclamaciones, los funcionarios en Kabul responden que Afganistán, dicen, no ha asumido compromiso alguno ante otros países y que gestionará los recursos hídricos en su territorio como considere oportuno.

En la misma reunión en Taskent, Mirziyóyev propuso declarar 2026–2036 como “la década de acciones prácticas para el uso racional del agua en Asia Central”. Lo que exactamente se entiende por esta iniciativa aún no está muy claro. Sin embargo, es poco probable que, al hablar de “acciones prácticas”, el presidente uzbeko se refiriera a poner en marcha el proyecto de “desviar los ríos siberianos”, dada su envergadura y las dificultades asociadas.

Solo 100 000 millones

El director científico del Instituto de Problemas del Agua, Víktor Danílov-Danilián, quien anunció el regreso al proyecto de desvío de los ríos, precisó en una entrevista a RBC que esta decisión se tomó ya en octubre, en la sesión del consejo científico del Departamento de Ciencias de la Tierra de la Academia de Ciencias de Rusia. En esa reunión también se mencionaron los posibles parámetros técnicos del futuro conducto: 2100 kilómetros de longitud y una capacidad anual de 5,5 kilómetros cúbicos. Aunque también se barajaron cifras de 20 e incluso 70 kilómetros cúbicos, lo que supone la mitad del caudal total de todos los ríos de Asia Central (el caudal anual conjunto de los grandes ríos siberianos se estima en 3000 kilómetros cúbicos). La inversión para la construcción se estimó en 100 000 millones de dólares, y el lanzamiento de la primera fase —en 10 años.

Según Danílov-Danilián, la Academia propondrá al Ministerio de Educación y Ciencia de Rusia incluir la financiación de los trabajos de investigación en este ámbito en el plan estatal. Cuándo sucederá es incierto, pero, según el propio científico, el proyecto del acueducto hacia Asia Central “no requiere una realización urgente”, afirmación con la que, claro está, se puede discrepar.

Lago Yádernoye. Foto del sitio mosenergo-sochi.ru

Además de la construcción propiamente dicha del conducto desde Siberia hasta Uzbekistán, en la Academia también se debatió el proyecto de desviar las aguas de los ríos del norte de Rusia —el Pechora y el Dvina Septentrional— hacia la cuenca del Volga. Este plan grandioso, conocido como “Proyecto Taigá”, también proviene de la época soviética. A principios de los años setenta incluso llegó a comenzar su ejecución: en el norte de la región de Perm, entre los ríos Pechora y Kolvá (afluente del Kama), se detonaron tres cargas nucleares. Los cráteres resultantes debían servir como base del futuro canal para llevar las aguas del norte al Caspio, que se estaba desecando. El proyecto fue abandonado prudentemente y el lago Yádernoye, formado en la taiga, sigue emitiendo radiación.

Las primeras reacciones a la declaración de Danílov-Danilián fueron, como era de esperar, escépticas. Por ejemplo, Mijaíl Bólgov, profesor del Departamento de Ecología y Uso Integral de los Recursos Hídricos de la Universidad RUDN, considera que el proyecto de “desviar los ríos” no avanzará en un futuro próximo debido a la cuestión financiera:

«Creo que la idea no se moverá a ningún lado próximamente, porque no hay inversores para el proyecto. Podemos hacer los cálculos técnicos, y quien lo necesite, que invierta. Incluso podemos construirlo, pero ¿quién pagará y qué consecuencias tendrá —económicas, ecológicas y demás—? Todo ha quedado al nivel de 1986».

Según Bólgov, los archivos con los cálculos de la época soviética se perdieron, así que todo el trabajo de diseño debe empezar desde cero. Al mismo tiempo, el especialista no descarta que, si los científicos concluyen que el proyecto es “económicamente viable” y “ecológicamente neutro”, se pueda volver a él.

Por su parte, Vladímir Kirílov, jefe del laboratorio de ecología hídrica del Instituto de Problemas del Agua y del Medio Ambiente de la división siberiana de la Academia, duda de la viabilidad del proyecto por motivos políticos:

«Actualmente es irrealizable por razones políticas. Soy realista y sé bien que hoy no lograrán ponerse de acuerdo los países implicados en esta región… Claro que sería bueno que ahora los países de Asia Central y Rusia realizaran conjuntamente un estudio detalladísimo del caudal del Obi y de la posibilidad de utilizar parte de él para este tipo de proyectos. Pero hoy mi pronóstico es simple: ese proyecto no se realizará».

No obstante, según Kirílov, desde un punto de vista científico sería útil analizar la conveniencia del proyecto y, basándose en las conclusiones, elaborar soluciones locales para Asia Central: quizá no para toda la cuenca del Obi, sino para algunas de sus partes. Sin embargo, la opción de “coger ahora parte del caudal del Obi y desviarlo” es irreal tanto desde el punto de vista ecológico como por su insolubilidad política, afirmó el científico en una entrevista con RIA Nóvosti.

También los expertos de la propia Asia Central se pronuncian con cautela. En opinión del director del Centro de Iniciativas de Investigación Ma'no (Uzbekistán), Bajtíer Ergáshov, los países de la región deberían empezar por pensar en ahorrar agua, pasando, por ejemplo, a cultivos agrícolas menos exigentes en riego:

«No hace falta inventar nada; solo hay que empezar a ahorrar agua. Y entonces no hará falta ni negociar con Rusia sobre desviar los ríos siberianos ni montar un escándalo por la política de Afganistán».

¿Y alguien lo consiguió?

Es evidente que, en las condiciones actuales del espacio postsoviético, la construcción de un conducto de 2000 kilómetros con una capacidad equivalente al caudal anual del río Moscova o del Ural (en su estado actual) parece un puro ejercicio de fantasía. Especialmente considerando la turbulencia política y las dificultades financieras dentro de la propia Rusia.

Y aun así, teóricamente, dicha construcción es posible, como demuestra la práctica internacional. Como ejemplo exitoso de una obra de escala comparable, se suele mencionar el Gran Río Artificial (Great Man-Made River, GMR): una red de acueductos en Libia construida durante el gobierno de Muamar el Gadafi. Con su puesta en marcha, por tuberías y acueductos cuya longitud total supera los 2800 kilómetros, las principales ciudades libias del Mediterráneo (Trípoli, Bengasi, Aydabíya) empezaron a recibir cada año unos 2 kilómetros cúbicos de agua dulce, extraída de acuíferos en todo el país, incluidas las zonas más áridas del desierto.

Las obras de esta “río artificial” comenzaron en 1984 y se completaron en lo fundamental treinta años después, aunque la ampliación y modernización de algunos tramos se prolongó hasta los años 2010, es decir, hasta los últimos días del dictador libio. El coste de la construcción se estimó en 25 000 millones de dólares, y todos los gastos fueron asumidos por el gobierno de Gadafi sin recurrir a préstamos externos.

Sin embargo, incluso los logros de la Yamahiría libia palidecen frente a los proyectos que actualmente se están llevando a cabo en Irán y China. En el país del chiismo triunfante ya se ha construido y puesto en marcha la primera línea de una red de tuberías que bombearán agua desalinizada desde el Golfo Pérsico hacia las regiones centrales y orientales más secas del país. El coste de las obras se estima en 30 000 millones de dólares, y la finalización de la construcción está prevista para 2030. La longitud total de los cursos de agua artificiales debería alcanzar, según el plan, 3700 kilómetros.

En China se está ejecutando desde 2002 un proyecto aún más impresionante, cuya autoría se atribuye al propio Gran Timonel. Allí se construyen simultáneamente tres canales de unos 1300 kilómetros cada uno, por los cuales el agua del Yangtsé se dirigirá hacia las regiones septentrionales del país en un volumen de hasta 15 kilómetros cúbicos anuales. Las obras deben concluir en 2030, y los gastos de construcción pueden llegar a la astronómica cifra de 500 000 millones de dólares.

Con todo, la imaginación humana siempre ha superado las propias capacidades humanas, y existen varios proyectos hidrotécnicos que, por su escala, superan incluso el desvío de los ríos siberianos y que, probablemente por esa misma razón, nunca llegaron a materializarse. Uno de ellos es el proyecto de inundar la depresión de Qattara, en el desierto egipcio. Esta enorme depresión —de unos 20 000 kilómetros cuadrados— se hunde hasta 130 metros por debajo del nivel del mar y ha suscitado el interés de los ingenieros desde finales del siglo XIX. Se propuso convertirla en un mar interior mediante la construcción de un canal desde el Mediterráneo. Sus aguas no solo transformarían las zonas del interior del Sáhara en un oasis floreciente, sino que también moverían las turbinas de una gigantesca central eléctrica. Un proyecto alternativo preveía tender un conducto de 320 kilómetros desde el Nilo hasta la depresión.

En las décadas de 1950 y 1960 incluso la CIA se sumó a esta idea. Los analistas de la agencia creían que inundar la depresión podría traer paz y armonía a Oriente Próximo. Eso sí, para construir el canal o el túnel también se proponía utilizar explosiones nucleares. Finalmente, la geología excesivamente complicada del lugar, los campos de minas que aún quedaban en Egipto desde la Segunda Guerra Mundial y la perspectiva de contaminación radiactiva obligaron a abandonar el plan. En lugar de inundar la depresión de Qattara, las autoridades de El Cairo acometieron el proyecto de la “Nueva Llanura”, en el marco del cual se conectó el embalse de Naser, en el Nilo, con los lagos Toshka, en el suroeste del país. Esto permitió aumentar la superficie de tierras cultivables y poner en marcha nuevas explotaciones agrícolas en medio de las arenas del Sáhara.

*La organización está reconocida como terrorista y prohibida en varios países.

Piotr Bólogov